Joven mendigo (1650) pintura óleo de Murillo |
"Queridísima mamá" (F. Perry, 1981) sobre maltratos a niños |
El único recurso contra la propagación de una enfermedad es una información correcta y bien documentada acerca del agente patógeno. Los padres que maltratan a sus hijos necesitan informaciones claras; ellos mismos se dan cuenta vagamente de que algo no funciona bien cuando descargan su ira en el niño indefenso o lo utilizan para satisfacer sus apetencias sexuales. En vez de tomarse este asunto en serio, los expertos le dan vueltas innecesariamente, pues temen que los padres adquieran sentimientos de culpabilidad, algo que, en su errónea opinión, no debe suceder en ningún caso.
Esa creencia de que no debe culpabilizarse a los padres, sea lo que sea lo que hayan hecho, ha tenido consecuencias desastrosas. La realidad es muy distinta. Al engendrar a su hijo, los padres contraen el deber de cuidar de él, protegerlo, satisfacer sus necesidades y no maltratarlo. Si no cumplen con ese deber, quedan en deuda con el niño, del mismo modo que quedan en deuda con el banco al obtener un crédito de éste. La responsabilidad cae sobre sus espaldas, independientemente de que sean conscientes o no de las consecuencias de sus actos.
"Marianela" de B. Pérez Galdós |
Pegar o humillar a un niño o abusar sexualmente de él es un crimen, porque significa dañar a una persona para toda la vida. Es importante que esta afirmación llegue también a conocimiento de personas no directamente implicadas, porque la claridad de ideas y el coraje de los testigos puede ser para el niño de una importancia decisiva y vital. Del hecho de que todo agresor haya sido anteriormente una víctima no se desprende que toda personas que haya sido maltratada tenga que acabar necesariamente maltratando a sus hijos. No tiene por qué ser obligatoriamente así, pues puede ser que ese individuo, en su infancia, tuviera ocasión de recibir de otra persona -aunque sólo fuera una vez- algo que no fuera educación y crueldad: un maestro, una tía, una vecina, una hermana, un hermano. Sólo la experiencia de ser querido y apreciado permite al niño identificar la crueldad como tal, percibirla y rebelarse contra ella. Sin esa experiencia le es imposible saber que en el mundo pueden existir otras cosas además de crueldad; sin esa experiencia, seguirá sometiéndose a la crueldad, y más tarde, cuando, ya de adulto, disfrute de poder, la ejercerá él también, como si fuera algo completamente normal.
Hitler dijo que, de niño, era azotado por su padre |
¿Qué sucede cuando un niño que ha crecido rodeado de amor, protección y sinceridad es golpeado por una persona? Gritará, expresará su ira, y acabará llorando, mostrando su dolor y, posiblemente, preguntando: ¿Por qué me tratas así? Nada de todo eso es posible cuando el golpeado es un niño al que sus padres, a los que ama, han adiestrado desde buen principio en la obediencia. para sobrevivir no le queda más remedio que amordazar su dolor y su ira y reprimir mentalmente toda la situación. Pues para poder mostrar su ira, necesita la confianza y la experiencia de que no lo matarán por ello. Un niño golpeado no puede abandonarse a esa confianza; en efecto, ha habido niños que han pagado con su vida la osadía de sublevarse contra la injusticia. Así pues, el niño ha de amordazar su ira para poder sobrevivir en un ambiente hostil. También ha de tragarse el dolor, por enorme e insoportable que sea, si no quiere morir a consecuencia de él. Sobre todo el proceso, pues, se cierne el silencio del olvido, y se idealiza a los padres, hasta el punto de creer que jamás han cometido un error. "Y si me pegaban, sería porque me lo merecía". Esta es la versión más corriente de las torturas dejadas atrás(1).
El olvido y la represión serían una buena solución, si con eso estuviera todo arreglado. Pero los dolores reprimidos bloquean la vida sentimental y producen síntomas físicos.Y lo peor de todo: el adulto que fue un niño maltratado hace enmudecer los sentimientos que estarían justificados, es decir lo dirigidos contra los causantes de su dolor, pero los deja aflorar contra sus propios hijos. Es como si esas personas se pasasen decenas de años atrapados en una trampa de la que no hay salida posible, porque nuestra sociedad prohíbe la ira que se dirige contra los propios padres. Pero con el nacimiento de los hijos se abre una portezuela: por fin puede descargarse sin escrúpulos la rabia acumulada durante años; lo triste es que la víctima es un pequeño ser indefenso, al que esas personas se ven forzadas a atormentar, a menudo sin darse cuenta de ello, porque una fuerza desconocida les impulsa a tales actos.
Cristo sacrificado pro su propio padre en la cruz |
¿Cómo puede una madre hallar por sí sola esa verdad, si la sociedad le dice de manera inequívoca: a los niños hay que disciplinarlos, socializarlos y educarlos para que sean personas decentes? ¿A quién le preocupa que el verdadero impulso del llamado "coraje educativo" sea la antigua y hasta ahora nunca vivida rabia contra la propia madre? Esa joven tampoco quiere saberlo. Piensa así: Tengo el deber de disciplinar a mi hijo, y lo hago de exactamente la misma o de parecida manera que lo hizo mi madre conmigo. Al fin y al cabo, ¿acaso no he llegado a ser yo también una persona como Dios manda? Concluí mi formación con buenas calificaciones, participo en tareas caritativas y en el movimiento pacifista, siempre me he alzado contra la injusticia. Sólo que no he podido evitar pegar a mis niños, aunque contra mi voluntad; pero no tenía más remedio. Espero que eso no les haya perjudicado, igual que a mí no me perjudicó.
Estamos tan acostumbrados a oír afirmaciones semejantes que a la mayoría de las personas no les llaman la atención. Pero empieza a haber personas aisladas a las que sí les llaman la atención, personas que se han decidido a cuestionar las palabras de los adultos desde la perspectiva de los niños, que al hacerlo descubren cosas y que no temen la claridad. Advierten que esa destrucción de vidas humanas no puede calificarse de "amor paternal ambivalente", sino que hay que reconocerla como lo que es: un crimen. No hay que quitarles hierro a los sentimientos de culpabilidad de los padres, sino tomarlos muy en serio. Esos sentimientos de culpabilidad son un indicio de que a los padres, en su día, les sucedió algo, y de que necesitan ayuda. Y los padres irán en busca de esa ayuda tan pronto como la hasta ahora única salida a la trampa, la que lamentablemente conduce a infligir malos tratos a la infancia, quede por fin cerrada por la ley. Cuando eso suceda, los padres tendrán que buscar otra salida: tendrán que pasar revista a su pasado, para poder salir sin culpa de la trampa emocional en la que se hallan.
Alice Miller (1923-2010) psicóloga (2) |
Una pena de prisión no puede operar una transformación interior. Pero los terapeutas que, bajo el lema "Ayudar en lugar de castigar", rehuyen la verdad, tampoco pueden contribuir en absoluto a cambiar la actitud de los padres. Llegan incluso a afirmar que una prohibición de los malos tratos a la infancia constituiría una nueva forma de violencia. Así, según ellos, no es necesario llamar por su nombre a los crímenes, siempre que se cometan en la persona de los propios hijos; de lo contrario, los padres se sentirían ofendidos y acabarían vengándose a costa de los niños. Esa es la opinión, prácticamente unánime, de los representantes del Colegio de Médicos y de la Asociación para la Protección de la Infancia.
Sin Embargo, están en un error, y sus argumentos no son más que expresión del miedo de los niños amenazados que fueron, deseosos de "estar a bien" con los padres y por ello dispuestos a callar y a no darse cuenta de nada. La realidad no les da la razón. En los países escandinavos, la ley obliga ya de manera firme a los médicos a denunciar los casos de malos tratos de los que tengan conocimiento, y gracias a esa ley la población ha comprendido que no se pueden pasar por alto los derechos de los niños. Por otra parte, la experiencia me ha enseñado que algunos padres reaccionan mejor a la verdad que a los intentos de suavizarla, y que una serie de informaciones correctas puede serles de provecho. Pues toda persona que se halla en una trampa busca una salida. Y estará contenta y agradecida de que se le muestre una salida que no le haga cargarse de culpa y no conduzca a la destrucción de sus propios hijos. Los padres, en la mayoría de los casos, no son unos monstruos a los que haya que aplacar con buenas palabras para que no chillen, sino, muy a menudo, niños desesperados que todavía no han aprendido a darse cuenta de las realidades y a hacerse cargo de su responsabilidad. Cuando eran pequeños no pudieron aprenderlo, porque sus padres tampoco conocían esa responsabilidad. La malentendían, tomándola por un derecho a abusar de su poder. Está en manos de los padres jóvenes el reconocer la inutilidad de tales "sabidurías", y el aprender de las experiencias que tienen con sus hijos. Pero ese novedoso proceso sólo podrá tener lugar cuando también la legislación reconozca inequívocamente que los malos tratos a la infancia causan daños para toda la vida, y que esos daños no se ven en absoluto lenificados por la ignorancia de los agresores. Sólo sacando a la luz toda la verdad en lo que afecta a todos los implicados se podrá hallar una solución verdaderamente efectiva de los peligros que implican los malos tratos a la infancia.
En el libro Untertan Kind de Carl-Heinz Mallet, muestra cómo los pedagogos, desde Martín Lutero, han inducido a los padres a disciplinar y castigar a sus hijos en nombre de Dios. La lectura de ese libro puede ayudar a los padres de hoy a comprender por qué se hallan en una trampa emocional, y el precio que han de pagar ellos mismos y sus hijos por la perpetuación de los valores educativos tradicionales. La consecuencia puede parecer paradójica, pero es correcta: la salida de esa trampa hasta ahora permitida por la ley, es decir, el disciplinamiento del niño, conduce al crimen, y el camino, hasta ahora prohibido, de la visión clara y la crítica a los propios padres redime de las culpas y conduce a la salvación de nuestros hijos. El libro de Mallet puede ser de gran ayuda para los padres que no conocen mis libros, y que constatarán en él por primera vez, con horror, todo el mal que se les hizo y que ellos, en su ceguera, habían venido perpetuando. Pero con ese horror empieza ya a abrirse la puerta por la que se sale de la compulsiva destrucción de la vida a la libertad y a la responsabilidad.
Notas:
(1) El lector puede leer un testimonio sobre maltratos en la infancia siguiendo este enlace, planteado gracias a la visión de Alice Miller.
(2) "Durante estos últimos años, Alice Miller ha desarrollado un concepto de terapia, que propone a las personas que sufren, confrontarse con su pasado para encontrar la angustia del niño maltratado que fueron, sentirla y así liberarse. Es el miedo infantil hacia los padres todopoderosos el que empuja al adulto a maltratar a los niños o a aceptar vivir con graves enfermedades, minimizando totalmente la crueldad de sus propios padres (...)". Extraído de un artículo en ocasión del fallecimiento de la autora. Para leer el artículo completo seguir este enlace.
Real y claro. Sin interpretaciones. Me gusta mucho el tono del artículo: una cuestión seria necesita un tratamiento serio... sin tapujos ¿Cómo vamos a aceptar compromisos si no sabemos a qué nos comprometemos y qué es lo que queremos dejar atrás? Los esfuerzos que tendremos que hacer, los retos que tendremos que afrontar. Un niño no es un juguete ni es una excusa, es una vida. Como yo, como tú... si no te han dado un modelo válido, es justo que se tenga otra oportunidad, y otra, y otra. Eso es lo más parecido a la libertad que yo conozco.
ResponderEliminarLa repetición tiene el lado positivo que cada vez hace más obvio y desnudo aquello que repite, en cierta manera lo desarma. El problema es que también causa adicción porqué te auto-justifica, te da "personalidad", y ahí está el problema, porque no eres tú (al menos no todo tú), sino un complejo (en el sentido que le da C. G. Jung en su libro "Los complejos y el inconsciente").
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