jueves, 27 de diciembre de 2012

Solas: Gozos y sombras de una manera de vivir

Solas (1999) de Carmen Alborch
En 1999, Carmen Alborch escribió este libro sobre la soledad, y en especial sobre cómo viven la soledad las mujeres. De esta interesante lectura he extraído los siguientes párrafos, que tienen mucho que ver con nuestro grupo de apoyo al sufrimiento y la dependencia emocional:

"La terapeuta norteamericana Betty Carter nos narra la experiencia de un grupo de mujeres entre treinta y cinco y cincuenta y cinco años que pusieron en evidencia la convicción de que no podían sentirse felices ni plenas sin un hombre (...) Por el temor que les producía la ausencia de un hombre a su lado, parecían dispuestas a tolerar casi cualquier cosa en la relación antes que arriesgarse a perderla. A lo largo de la terapia hubo muchas manifestaciones de empatía y comprensión, y aunque cada una se sentía abrumada por su propia situación, todas pudieron considerar con mayor objetividad la de las demás y cuestionarse mutuamente su sensación de impotencia (...)
Necesitaba ayuda para dejarle. Sara ejerció un papel importante en el grupo, ya que se negaba a aceptar la impotencia de las demás, no se unía a sus habituales diatribas contra los hombres y ubicaba resueltamente el conflicto en los mitos y expectativas que nos han inculcado.
A medida que pasaron los meses, las preocupaciones de las mujeres fueron cambiando lentamente de foco para centrarse en el tema de cómo hacerse cargo de sus propias vidas, tomar decisiones ventajosas para ellas mismas y pensar en lo que podían y deseaban hacer (...) 'El cambio principal para mí es no sentirme fracasada sin Robert ni sin cualquier otro' (...)
La sensación de que no tener un hombre al lado supone un descrédito para ellas y que, de algún modo, les quita la posibilidad de alcanzar una vida plena y satisfactoria (...)
La soledad es necesaria a la hora de construir un mundo interior rico e intenso y para mantener desde el propio equilibrio las relaciones interpersonales (...)
Están comprometidas consigo mismas y a gusto dentro de su piel."
pág. 96-100

"Y de la androfobia se pasa a las "mujeres que aman demasiado", título del libro de Robin Norwood que insiste en recordar que quienes suelen tener este problema son las mujeres, en tanto que "adictas a los hombres". Su propuesta es la sumisión espiritual, ya que sólo la conexión con un poder superior permitirá a las mujeres adictas a los hombres evitar este sufrimiento emocional, cambiando una forma de pasividad por otra." pág. 114-115

"A veces estamos tan obsesionadas con poseer al otro, tan colgadas, que no llegamos a disfrutar. Las mujeres que aman demasiado crean unas dependencias que son casi una enfermedad. Por eso es siempre importante no ofuscarse y tomar un poco de distancia, ver las cosas desde fuera." pág. 202

martes, 4 de diciembre de 2012

El compromiso real

Pese a los grandes avances de la ciencia, ante la angustia emocional o existencial no existe un paliativo verdaderamente eficaz. Los que han optado por la medicación muchas veces advierten que el efecto anestesiante no resulta en un desahogo efectivo de la libido. Esto es: adormecen a la bestia, pero no dialogan con ella ni la interrogan sobre el sentido de su presencia.

Cualquier explicación que uno se pueda dar dentro de su propio sufrimiento suele generar más y más sufrimiento pues se piensa dentro de la creencia generada por el propio mito personal, que sostiene este sufrimiento y para el cual el sufrimiento existe. La única solución es aprender a desconfiar, poner en remojo nuestras convicciones, para que poco a poco podamos desprendernos de él, como una piel de serpiente, en el sentido de que ya no sea más necesario pues a sido atendido y comprendido. El camino para llegar a esto es harto oscuro (depresión, tristeza, melancolía...). Pero uno se imagina este "camino oscuro" como una situación ante la cual yo realizo una acción visiblemente heroica, en un movimiento hacia afuera que reivindica mi convicción interior. Pero eso es caer en el mismo error, pues la batalla no se realiza fuera sino adentro. Si lo pensamos veremos que la palabra "oscuro" nos remite a algo oculto, que acontece entre las sombras, que no es visible, y por lo tanto, a una experiencia íntima, donde además, estamos solos. Sí, la auténtica batalla se desarrolla en la más austera soledad, o sea, en los pensamientos privados que ocupan nuestra mente y a los que damos legitimidad cuando bajamos la guardia. En el caso de la dependencia los percibimos como voces de queja, de rabia, de desconfianza, de justificación, de excusa, que nos invaden desautorizando un auténtico gesto de confianza hacia lo que podría haber más allá, o sea, la auténtica salida de lo "oscuro".

En el caso de la adicción a las relaciones, la falta de compromiso de la persona a quién amamos y que no nos corresponde, y que por tanto nos hace sufrir, no sería sino nuestro propio reflejo de una falta de compromiso real con nosotras mismas. El grupo de apoyo, como en una relación terapéutica, asume un papel de transferencia en el cual cada una se proyecta y ya no se trata más del grupo sino de ti. Entonces una escribe al grupo, asiste al grupo, se entusiasma con el grupo, se compromete con el grupo, y tras este primer paso en el que obtiene el subidón por la ficción de una conquista personal, viene el desencanto y, en el momento de la verdad, emerge la falta de un compromiso real, que es precisamente el punto de partida del trabajo a realizar y el objetivo único del grupo. Es justamente al reconocer que, en la acción, hacemos con el grupo aquello que, en la palabra, nos quejamos de los demás, cuando toma sentido la función de pertenecer a tal, pero es desgraciadamente cuando se llega a este punto crucial que muchas personas (se) abandonan.

Voy a explicar a continuación la experiencia personal que me llevó a hacer esta reflexión:
El fin de semana pasado, el sábado, la misma tarde de la reunión, yo había recibido una llamada personal que me dejó muy trastornado. Entonces cuando me preparaba para irme me encontré con mensajes de chicas que en el último momento habían decidido no asistir al encuentro. En ese momento fue cuando se libró la batalla en mi interior, y perdí. Me doblegué ante las voces de las que hablaba antes: "¿No ves que les da igual el grupo? Es una tontería lo que estás haciendo, cada una va a lo suyo, lo mejor es que pases de todo tú también y te quedes en casa cuidándote, qué bastante tienes con lo tuyo ¡qué se busquen la vida!". Así que por mi lado escribí un mensaje a las restantes para decirles que íbamos a estar solos (mentí) y que había decidido posponer la reunión (todo esto ¡una hora antes de su celebración!). Me daba igual todo, pues yo había decidido que daba igual. Pero de repente empezó a sonar mi móvil: Eran las chicas a las que había escrito, sorprendidas porque una se estaba preparando para salir, y la otra... ¡¡ya estaba ahí!! Le repetí mis excusas y finalmente me dijo: "Bueno, no te preocupes... no importa". Y es entonces cuando me di cuenta del error que estaba cometiendo, y le (me) dije: "¡Sí importa!". Todo, absolutamente todo el trabajo que había hecho en este grupo y en este blog no tenían el más mínimo sentido si ante esta prueba clave le daba la espalda y reconocía que lo que me pasa no es tan importante y no importa. Así que, vestido como iba, cogí la bici y bajé rodando hacia nuestro punto de encuentro.

Fue una reunión muy especial, porque me sentí francamente sostenido por las mujeres que ahí estaban. Me di cuenta de que yo no era tan importante, sino la voluntad que (no la mía, sino a través de nosotras) se estaba mostrando. Esto me recuerda el caso del efecto Madre Teresa de Calcuta: En la facultad de medicina de Harvard, el doctor David McClelland estaba estudiando el impacto que el amor tiene en la salud física. Para ello a estudiantes universitarios se les midió los niveles de inmunidad antes y después de ver un corto. El film mostraba imágenes de la Madre Teresa y sus misioneros de la caridad satisfaciendo las necesidades de personas pobres y necesitadas. Después de verlo los niveles de inmunidad habían aumentado significativamente en todos los estudiantes de la prueba, incluso en aquellos que informaron de sentimientos negativos hacia la Madre Teresa, considerando que era demasiado religiosa. Los detractores que se quejaban de que podría haber sido menos conservadora y más vanguardista, se dieron cuenta de que había fuerza en sus acciones, pues ella no hablaba de ello, lo hacía.

En el grupo lo más importante no es lo que uno dice, ni siquiera tener algo que decir, ni como te vas a presentar ni nada de esto, sino cumplir con el compromiso, pues ya no se trata del compromiso con el grupo, sino del compromiso contigo misma. Es cierto, aunque ese día no hubiera venido absolutamente nadie y sólo hubiera estado yo, el hecho de asistir y cumplir con mi compromiso, reconocer su importancia, decirme, no con palabras sino con hechos, "sí, tu recuperación es necesaria, mereces estar bien, aquí tienes a alguien (tú mismo) que te está mostrando que quiere que así sea", es lo más valioso (ver vídeo, un fragmento de la película "Angel-A" de Luc Besson).



Aquí, y solamente aquí, reside la auténtica fuerza, la fuerza que sólo aparece cuanto la tuya, tu pequeña e inconstante voluntad, que quiere lo que quiere, pero que rara vez quiere lo que se quiere en ti, se echa a un lado. Esta fuerza que te sostiene sin necesidad de tus aspavientos, pues no necesita de tu esfuerzo para ser sostenida, pues ella misma, sin necesidad de nada, se mantiene en pie, pues ella es LA verdad, son los hechos. ¿Qué miedo ante algo así, verdad? Porque ya aquí el ego y la ficción personal no tienen nada que hacer.

Para terminar, quisiera invitaros a la reflexión a través de este extracto de "Four Quartets", del poeta anglo-estadounidense T.S. Eliot:

"Para llegar desde donde no estás, tienes que ir por un camino donde no hay éxtasis. 
Para llegar a lo que no sabes tienes que ir por un camino que es el camino de la ignorancia. 
Para poseer lo que no posees tienes que ir por le camino del desposeimiento. 
Para llegar a lo que no eres tienes que ir por el camino en que no eres."

© Sergi Ferré Balagué